Cerró de golpe la tapa del móvil. Alzó la mano para estrellarlo contra el suelo, pero pensó que lo necesitaba para comunicarse con el abogado y que no podría dormir si no conocía antes la resolución del juez. Dio una patada al suelo y lo guardó en el bolsillo del pantalón mientras aceleraba el paso.
Había salido a dar un paseo por el camino que lleva a la era. No había nada que quisiera ver allí; los majuelos aún estaban verdes y faltaban varios meses antes de que llegara la vendimia. Pero le gustaba salir al campo al mediodía, abrir el apetito mientras sentía el peso del sol seco sobre el raído sombrero de paja. Dejaba la comida lista en los fogones y salía a mirar el horizonte azul, el mar de trigo, la sombra de la alameda. Oía trinos de varias clases, pero ella había nacido en la ciudad y no sabía reconocerlos. A pesar de ello, sonreía al escucharlos, se deleitaba con las melodías y tarareaba estribillos que acudían a su memoria.
Deseó haber olvidado el móvil en casa, aunque tarde o temprano se hubiera deleitado igual. El padre de su hija la había denunciado por sustracción de menores, por no haber soportado más los gritos y los insultos, por haber creído que era posible darle otra vida a una niña de quince meses.
A su lado pasó un camión levantando una polvareda que la obligó a detenerse y girar el cuerpo hacia atrás para no asfixiarse: "¿Cómo había llegado hasta allí?", pensaba mientras se sacudía el polvo. Miró alrededor preguntándose en qué dirección seguir. Podía volver a la casa que tanto esfuerzo le había costado levantar, seguir caminando detrás de él como había hecho todos estos años, olvidar sus ocurrencias locas -como él las llamaba- y transitar la vida bajo las órdenes de su ex pareja. Quizás tenía razón; al fin y al cabo, ella siempre había sido alocada e inestable, insegura, inmadura.
Se paró a respirar. El cuerpo se le hizo cemento y la sombra de la alameda aún quedaba lejos. El aire pesaba como el plomo. Sentía la cabeza hinchada entre los hombros y los brazos cayendo inertes a los costados. Los pies parecían estar luchando contra un mar de asfalto caliente y pegajoso. ¿Dónde estaban los trinos? Sólo oía un silencio sordo lleno de zumbidos agotadores y discordantes.
De repente, un pájaro pasó dando saltitos delante de ella. Se detuvo al borde del camino, donde comenzaba el campo de girasoles que se extendía hacia la derecha. Sin pensar en lo que estaba haciendo, por una costumbre que tiene desde niña, levantó la cabeza hacia los girasoles para comprobar si estaban mirando el sol. Se acordó de su hija: una hermosa bebé que estaba aprendiendo a andar para atrás y que daba vueltas sobre sí misma imitando a la lavadora. Sintió una brisa larga que cruzaba la tierra de lado a lado. Quiso irse con ella: elevarse, mecerse, navegar en el aire como un buceador experto, aparecer en la ventana de su bebé y llevársela al país de Nunca Jamás. No podía ofrecer esa realidad a su hija, pero sí darle la certeza de que, incluso cuando una se siente una hormiga pisoteada, sigue siendo parte de la naturaleza y sigue habiendo fuentes de donde brota la fuerza.
Acompañada por el pájaro que brincaba delante de ella y por la brisa que le empujaba suavemente la espalda, llegó hasta la alameda. Se sentó a descansar, a regocijarse con el sonido del viento rozando las hojas de los árboles, con el verdor cambiante iluminado por el mediodía. Cerró los ojos y se concentró en deleitarse con las claridades que no cesaban de moverse dentro de sus párpados.
El móvil volvió a sonar. Era el abogado: "Laura, acabo de hablar con el fiscal del Estado. Va a archivar el caso. El permiso de viaje que firmó tu ex pareja invalida cualquier posibilidad de denuncia".
Hojas y ramas bailaban ante ella; hasta los pájaros y los abejorros parecían revolotear juguetones. Sonriendo, se dejó mecer con la brisa que le alborotaba el pelo y le aligeraba la mirada; sintió que se elevaba, que se sumergía en un mar de aire por el que buceaba hasta la ventana de la habitación donde dormía su hija. Se apoyó en el alféizar y, mientras miraba embelesada la paz que reina en el sueño de un niño, marcó el número de la agencia de viajes: "Buenos días; quiero comprar dos billetes de avión para el país de Nunca Jamás".
Había salido a dar un paseo por el camino que lleva a la era. No había nada que quisiera ver allí; los majuelos aún estaban verdes y faltaban varios meses antes de que llegara la vendimia. Pero le gustaba salir al campo al mediodía, abrir el apetito mientras sentía el peso del sol seco sobre el raído sombrero de paja. Dejaba la comida lista en los fogones y salía a mirar el horizonte azul, el mar de trigo, la sombra de la alameda. Oía trinos de varias clases, pero ella había nacido en la ciudad y no sabía reconocerlos. A pesar de ello, sonreía al escucharlos, se deleitaba con las melodías y tarareaba estribillos que acudían a su memoria.
Deseó haber olvidado el móvil en casa, aunque tarde o temprano se hubiera deleitado igual. El padre de su hija la había denunciado por sustracción de menores, por no haber soportado más los gritos y los insultos, por haber creído que era posible darle otra vida a una niña de quince meses.
A su lado pasó un camión levantando una polvareda que la obligó a detenerse y girar el cuerpo hacia atrás para no asfixiarse: "¿Cómo había llegado hasta allí?", pensaba mientras se sacudía el polvo. Miró alrededor preguntándose en qué dirección seguir. Podía volver a la casa que tanto esfuerzo le había costado levantar, seguir caminando detrás de él como había hecho todos estos años, olvidar sus ocurrencias locas -como él las llamaba- y transitar la vida bajo las órdenes de su ex pareja. Quizás tenía razón; al fin y al cabo, ella siempre había sido alocada e inestable, insegura, inmadura.
Se paró a respirar. El cuerpo se le hizo cemento y la sombra de la alameda aún quedaba lejos. El aire pesaba como el plomo. Sentía la cabeza hinchada entre los hombros y los brazos cayendo inertes a los costados. Los pies parecían estar luchando contra un mar de asfalto caliente y pegajoso. ¿Dónde estaban los trinos? Sólo oía un silencio sordo lleno de zumbidos agotadores y discordantes.
De repente, un pájaro pasó dando saltitos delante de ella. Se detuvo al borde del camino, donde comenzaba el campo de girasoles que se extendía hacia la derecha. Sin pensar en lo que estaba haciendo, por una costumbre que tiene desde niña, levantó la cabeza hacia los girasoles para comprobar si estaban mirando el sol. Se acordó de su hija: una hermosa bebé que estaba aprendiendo a andar para atrás y que daba vueltas sobre sí misma imitando a la lavadora. Sintió una brisa larga que cruzaba la tierra de lado a lado. Quiso irse con ella: elevarse, mecerse, navegar en el aire como un buceador experto, aparecer en la ventana de su bebé y llevársela al país de Nunca Jamás. No podía ofrecer esa realidad a su hija, pero sí darle la certeza de que, incluso cuando una se siente una hormiga pisoteada, sigue siendo parte de la naturaleza y sigue habiendo fuentes de donde brota la fuerza.
Acompañada por el pájaro que brincaba delante de ella y por la brisa que le empujaba suavemente la espalda, llegó hasta la alameda. Se sentó a descansar, a regocijarse con el sonido del viento rozando las hojas de los árboles, con el verdor cambiante iluminado por el mediodía. Cerró los ojos y se concentró en deleitarse con las claridades que no cesaban de moverse dentro de sus párpados.
El móvil volvió a sonar. Era el abogado: "Laura, acabo de hablar con el fiscal del Estado. Va a archivar el caso. El permiso de viaje que firmó tu ex pareja invalida cualquier posibilidad de denuncia".
Hojas y ramas bailaban ante ella; hasta los pájaros y los abejorros parecían revolotear juguetones. Sonriendo, se dejó mecer con la brisa que le alborotaba el pelo y le aligeraba la mirada; sintió que se elevaba, que se sumergía en un mar de aire por el que buceaba hasta la ventana de la habitación donde dormía su hija. Se apoyó en el alféizar y, mientras miraba embelesada la paz que reina en el sueño de un niño, marcó el número de la agencia de viajes: "Buenos días; quiero comprar dos billetes de avión para el país de Nunca Jamás".
Eso es una buena noticia, que devuelve a la tranquilidad y la esperanza de días mejores.
ResponderEliminarBesos
Una magnífica noticia, y muy bien contada. He dado ese paseo contigo y he sentido cada emoción. Fantástico texto. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn saludo.