Al salir del colegio, mamá me estaba esperando en el mismo sitio que todos los días. Corrí hacia ella pero, antes de que se agachara para abrazarme y darme un beso, me puse en cuclillas y miré de cerca la bolsa de patatas que estaba bajo su pie. Mamá creyó que miraba sus zapatos, unas bonitas sandalias rojas que no había visto antes, pero en realidad estaba concentrada en la bolsa.
Tenía papel de plata por dentro y un dibujo de una patata redonda, amarilla y sonriente, en la parte de afuera. Era la primera vez que la veía, y eso que a mí me gustan mucho las patatas fritas y me sé todas las marcas. Me acerqué porque vi que se movía, no como se mueven las bolsas y los papeles con el viento, además era junio y todas las hojas de los árboles estaban quietas. Se movía como se mueve mi gato cuando le piso la cola sin querer. Y es que mamá tenía el pie justo encima de la barriga de la bolsa: ¡le estaba cortando el aire!
- ¡Mamá, quita el pie de la bolsa! ¡Quítalo!
- Pero, cariño, es una bolsa de patatas vacía.
- Mamá, le estás haciendo daño; mira cómo se queja.
En serio se quejaba la bolsa. Era un pitido, como cuando se desinfla un globo. A ratos, lloriqueaba haciendo crujir las esquinas y redondeaba la boca como queriendo gritar sin fuerzas. No podía dejarla sufrir así.
Mi mamá no me creyó. Con la edad, los mayores pierden vista y oído, y no se enteran de lo que pasa alrededor. Piensan que todo lo que hay en el suelo es caca. Pero llegué a un acuerdo con mamá: yo me porto bien cuando quiere salir a pasear con las amigas y ella me deja jugar con todo lo que yo quiera. Por eso, mamá retiró el pie y la bolsa abrió la boca para inhalar todo el aire que le estaba faltando. Se infló como una pelota y arqueó las esquinas para sonreírme. Luego, comenzó a rodar y se alejó hacia un rincón del patio en el que no había gente.
Tenía papel de plata por dentro y un dibujo de una patata redonda, amarilla y sonriente, en la parte de afuera. Era la primera vez que la veía, y eso que a mí me gustan mucho las patatas fritas y me sé todas las marcas. Me acerqué porque vi que se movía, no como se mueven las bolsas y los papeles con el viento, además era junio y todas las hojas de los árboles estaban quietas. Se movía como se mueve mi gato cuando le piso la cola sin querer. Y es que mamá tenía el pie justo encima de la barriga de la bolsa: ¡le estaba cortando el aire!
- ¡Mamá, quita el pie de la bolsa! ¡Quítalo!
- Pero, cariño, es una bolsa de patatas vacía.
- Mamá, le estás haciendo daño; mira cómo se queja.
En serio se quejaba la bolsa. Era un pitido, como cuando se desinfla un globo. A ratos, lloriqueaba haciendo crujir las esquinas y redondeaba la boca como queriendo gritar sin fuerzas. No podía dejarla sufrir así.
Mi mamá no me creyó. Con la edad, los mayores pierden vista y oído, y no se enteran de lo que pasa alrededor. Piensan que todo lo que hay en el suelo es caca. Pero llegué a un acuerdo con mamá: yo me porto bien cuando quiere salir a pasear con las amigas y ella me deja jugar con todo lo que yo quiera. Por eso, mamá retiró el pie y la bolsa abrió la boca para inhalar todo el aire que le estaba faltando. Se infló como una pelota y arqueó las esquinas para sonreírme. Luego, comenzó a rodar y se alejó hacia un rincón del patio en el que no había gente.
Una de las cosas más difíciles de crecer es conservar la imaginación y volver a ser niña siempre que la vida nos lo permita. Aquí está la prueba de que es posible.
ResponderEliminarDisfruté conociendo la niña que hay en ti.
Un abrazo.
Esta bolsa me ha resultado muy agradable leer, realmente imaginativa.
ResponderEliminarBesos
Es el primer relato infantil que escribo. Espero que la imaginación me de para poder contarle mil y dos mil historias a mi hija.
ResponderEliminarCarmen, estoy segura de que va a dar para contarle muchísimas historias. Y que ella va a ser protagonista de unas e inspiradora de otras.
ResponderEliminarBesos,
Chiki
Gracias, Chiki, es un lujo "verte" por aquí. :-)
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