Manoel de Oliveira (Portugal-España-Francia, 2010)
Que me perdonen todos, pero no me gusta Manoel de Oliveira.
"Manoel de Oliveira lo es todo", me dijo un compañero a la salida del cine. Y yo le escuché con atención porque en verdad quiero saber qué es lo que me estoy perdiendo, qué no vi y los demás sí; me gustaría descubrir por qué me quedo fuera de sus películas jugando a averiguar si el dormitorio y el salón se rodaron en la misma habitación, o si la leche y el café que caen en la taza son reales.
Es un maestro en los recursos que emplea para contar la historia: la fotografía es espectacular (disfruté especialmente de la vista aérea en que el protagonista y su amada salen a volar por los aires fundidos en un abrazo de amor); el sonido "espectral" de fondo en los momentos en que el protagonista cree enloquecer o, tal vez, salvarse; la música del piano como banda sonora —que me recordaba al piano en sala que solía acompañar a las películas en la época del cine mudo; el maravilloso retrato de las volutas de humo danzando en la oscuridad; los contrastes entre fealdad y belleza en la hilera de fotos, entre el trabajo agrícola manual y el progreso urbanístico dentro del mismo plano, entre la abstracción interior del protagonista y los camiones excesivamente reales y muy molestos que pasaban por delante del balcón; las reminiscencias de Kiarostami en los largos trayectos del protagonista en coche y a pie por el campo...
Lo tiene todo y todo lo maneja a la perfección y, sin embargo, me quedé totalmente afuera y bastante fastidiada por no estar disfrutando de una supuesta obra maestra.
Sobre gustos no hay nada escrito, me dirán algunos; sí, ya sé, tengo derecho a que no me guste, pero me gustaría saber por qué.
No tiene explicación, el sentimiento hacia una obra de arte es diferente en cada ser humano, pero lo importante es que todos somos capaces de sentirlo, aunque ante distintos estímulos. Por eso, cuando mi hijo un día me dijo "escucha, escucha esta canción, mamá" y a mí me pareció espantosa, le dije "no puedo compartirla contigo, pero sé lo que sientes, lo mismo que yo cuando escucho a Mozart".
ResponderEliminarBuenas noches.
Como dice Mercedes, no tiene explicación. Y el ejemplo que te pone también es válido para mí, me ha pasado más de una vez al ver la cara de perplejidad de alguien cuando ingenuamente he dado mi opinión: no lo entiendo, no me gusta..., yo no digo que sea mejor o peor, si no que a mí no me llega, todos somos diferente y nos llegan o conmueven diferentes latidos.
ResponderEliminarBesitos
Estoy plenamente de acuerdo con las dos anteriores comentaristas. Solamente añado, si es que tiene valor, que no lo sé, que cuando leemos, escuchamos o miramos a otros, nos buscamos. Y más nos gusta, cuanto más encontramos de nosotros mismos. O eso creo.
ResponderEliminar¡Qué buena respuesta para tu hijo, Mercedes! Me la anoto para cuando mi hija me diga lo mismo que te dijo el tuyo.
ResponderEliminarQué misteriosa es la vida y qué extraño el arte y el sentimiento que provoca.
Nos buscamos siempre, en cada gesto ajeno, en cada palabra, en cada conversación. Y nos encontramos siempre, incluso cuando nuestra realidad se torna desagradable y violenta. Nuestra vida no es más que nuestras propias proyecciones, nuestro propio campo energético desplegándose en el universo. (Me tocaste la vena filosófica, María Jesús.)