El cielo de Palencia a las 8:30 horas del sábado 22 de octubre, al lado del parque de juegos infantiles de El Salón.
Me gusta caminar por la ciudad a esas horas. Tiendo a ser noctámbula y no tengo ocasión de disfrutar de los amaneceres, pero el sábado no me quedó más remedio y aproveché para callejear.
Un par de bares abiertos con camareros demasiado despiertos y clientela moribunda; alguna que otra persona paseando al perro; los minicamiones barrenderos cruzando el parque a toda velocidad acompañados por el sonido intermitente de la señal de aviso.
Hace frío pero la ausencia de nubes augura un mediodía caluroso. Los pájaros siguen trinando desde no se sabe qué hora y ya no pararán. Puedo contar las pisadas. Puedo abrir los ojos y mirar el mismo camino con la alegría de volver a verlo.
De repente, las farolas se apagan: todas a la vez.
Cruzo el parque y juego a seguir buscando un bar en el que deleitarme con el siguiente placer: un café con leche en taza grande y con mucha espuma, y un croissant a la plancha.
Sola en el bar con la camarera que comenta el frío de afuera y el calor de la taza. La barra se va llenando de tapas, y yo sonrío viviendo cómo empieza un día más en un pequeño punto del mapamundi.
Me gusta caminar por la ciudad a esas horas. Tiendo a ser noctámbula y no tengo ocasión de disfrutar de los amaneceres, pero el sábado no me quedó más remedio y aproveché para callejear.
Un par de bares abiertos con camareros demasiado despiertos y clientela moribunda; alguna que otra persona paseando al perro; los minicamiones barrenderos cruzando el parque a toda velocidad acompañados por el sonido intermitente de la señal de aviso.
Hace frío pero la ausencia de nubes augura un mediodía caluroso. Los pájaros siguen trinando desde no se sabe qué hora y ya no pararán. Puedo contar las pisadas. Puedo abrir los ojos y mirar el mismo camino con la alegría de volver a verlo.
De repente, las farolas se apagan: todas a la vez.
Cruzo el parque y juego a seguir buscando un bar en el que deleitarme con el siguiente placer: un café con leche en taza grande y con mucha espuma, y un croissant a la plancha.
Sola en el bar con la camarera que comenta el frío de afuera y el calor de la taza. La barra se va llenando de tapas, y yo sonrío viviendo cómo empieza un día más en un pequeño punto del mapamundi.
¿La foto es real? Es preciosa, y el relato también.
ResponderEliminarHola Ramona :-)
ResponderEliminarTodo es rigurosamente cierto: la foto, el lugar, la hora y el relato. Es la primera vez que publico algo más autobiográfico que ficcionado.
Gracias por el comentario; pensé que no había gustado nada.