Ir al contenido principal

Los pasos dobles

Isaki Lacuesta (España-Suiza, 2011)

Los pasos dobles es una de esas películas totalmente inclasificables que nacen de la genialidad de un artista que crea para expresar, buscar, encontrar, experimentar y, también por qué no, divertirse. No es cine de entretenimiento, aunque entretiene y en algunos momentos llega a ser muy divertida. Es cine entendido como séptimo arte; es una película que absorbe, deleita y conmueve como solo lo hace una obra de arte. Es una obra valiente realizada con magistralidad y pleno dominio de la técnica.

Es inclasificable porque no se puede encasillar en un género concreto. Tiene elementos del western; un western alocado y contemporáneo con una banda de forajidos compuesta por media docena de negros y un albino que se desplaza en moto por las llanuras africanas. Cuando te atrapan en medio del camino, te lanzan un acertijo; te roban solo si no sabes la respuesta.

Cuando la banda de forajidos llega al campamento de los albinos, la primera escena en que el albino, con un constante movimiento de ojos como el de dos péndulos asustadizos, aparece en escena es digna de una película de encuentros en la tercera fase, pero al instante adopta los elementos del documental. En pocos minutos, se nos informa de las desgracias que padecen los albinos por causa de su aspecto. De nuevo, el aspecto y el color de la piel como elemento para abusar.
También podrían formar parte de un documental las escenas que muestran a Miquel Barceló píntando ensimismado en un cuaderno en el que representa lo que ocurre en las otras dos historias centrales de la película. Solo ver a un artista crear con esa frescura experimentada ya sería suficiente para que hubiera valido la pena ver la película. 

Pero cuanto más nos acercamos al final, más se va convirtiendo en una película cómica que cuestiona con alegría y eficacia algunas de nuestras creencias religiosas más arraigadas. Y digo aquí religión en su sentido más amplio de conceptos en los que necesitamos creer para sentirnos seguros en la inmensidad de la vida.
Cuando recuerdo la escena en que el protagonista, que se ha refugiado en un baobab de la muchedumbre que lo persigue, descubre que este gentío lo adora como si fuera un dios, no puedo dejar de pensar en la escena de La Vida de Brian, en que el protagonista sale desnudo e ignorante a la ventana para desperezarse y descubre a una multitud que lo adora.

Y, sin embargo, la película no es nada de lo que he hablado hasta ahora. Pero es que querer contar las tres historias que transcurren es un intento fallido de antemano. Querer explicar por qué se llama Los pasos dobles una película que transcurre en Mali y trata el arte, el engaño y la búsqueda de uno mismo es una empresa que está más allá de mis capacidades. Pero sí, suena un paso doble como sonaría la banda sonora de una película de Clint Eastwood rodada en el Lejano Oeste. Con la salvedad de que esta se rodó en África y está protagonizada por negros. Dicha mezcla sería una insensatez si no la dirigiera un artista honesto y genial, muy despreocupado de las críticas y los convencionalismos.

No hablo más. El que quiera ver una película brillante y sorprendente que le arrancará risas y le dejará pensando más de una vez, que no se la pierda.

Recomiendo leer la entrevista realizada a su director, Isaki Lacuesta: aquí.

Comentarios

  1. Dan ganas de no perdersela! A ver si todavía la encuentro en algun cine...
    Gracias por la pasión en que lo cuentas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Arnau. Qué bueno "verte" por aquí. Sí, sin duda, la tienes que ver. Luego me cuentas qué te ha parecido. Es la primera peli que veo de este director, pero por lo que me han dicho merece mucho la pena seguirle la pista. Un abrazo.

      Eliminar
  2. Tal y como lo cuentas merece la pena verla.

    Besitos

    ResponderEliminar
  3. Me encantan tus consejos sobre cine, "Los pasos dobles" ya está en mi lista. Muchas gracias.
    Un abrazo y hasta pronto.

    ResponderEliminar
  4. Hoy toca visitar a los amigos, y aquí me tienes. Ya veo que no has vuelto por aquí desde mi última visita, pero aprovecho para dejarte un abrazo.
    Hasta pronto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Mercedes. Trabajos atrasados y plazos de entrega que están a punto de vencer me tienen apartada de mis dos blogs, pero espero poder volver a actualizarlos pronto. Un abrazo.

      Eliminar

Publicar un comentario

Visitas

Entradas más visitadas

Entrevista a Mercedes Pinto Maldonado

Mercedes Pinto Maldonado Nací bajo las faldas de Sierra Nevada (Granada) hace ya la friolera de cincuenta años. Allí crecí, me enamoré, me casé, nacieron mis tres hijos y terminé mis estudios. Exactamente por ese orden. Hace veinte años que, por cuestiones laborales de mi marido, vivo en Málaga, en Alhaurín de la Torre, un lugar muy tranquilo que invita a escribir. No, no vivo de mis libros, ¡qué más quisiera yo!; con lo que he ganado hasta ahora no hubiese podido sobrevivir, pero estoy en ello. Tampoco tengo otro trabajo, así que disfruto de mucho tiempo para escribir: dedico prácticamente toda la mañana. Las tardes las reservo para la familia. Aunque no me decidí a publicar hasta hace diez años, la idea de escribir un libro ha estado en mí desde que era muy joven y de hecho lo intenté, aunque no quiero contarte el resultado. Fue una novela juvenil, en la que yo misma hice las ilustraciones. De la historia en sí misma estoy contenta, aunque ahora me doy cuenta de que me pr

Svetta Moshtar (4)

Lo más llamativo de Bruno es la combinación de altura y delgadez extremas. Visto desde la perspectiva de una niña de un metro veinte, viene a ser algo así como un gigante enjuto ataviado con unos largos pantalones a cuadros, anchos y rotos, y una camisa descolorida que, no importa la talla, siempre le quedará grande. Ante la mirada mitad ausente y mitad rabiosa de la niña, Bruno se preguntó si quizás había cambiado tanto; si la barba de varias semanas o el pelo largo impedirían reconocerlo; si el polvo gris de las ciudades bombardeadas se habría incrustado tanto en las arrugas de la cara y las uñas como para haberlo convertido en otro rostro. La niña, de hecho, no lo reconoció. La luz del sol, que se levantaba justo por detrás del recién llegado, le impedía ver algo más que una sombra larga y arrugada sosteniendo una bicicleta entre las manos. Si Bruno hubiera tenido el tamaño de una persona común, lo hubiera increpado con desprecio, pero la extravagancia de la silueta le provocó u

Las noches del silencio

Soledad es una mulata silenciosa y de andar lento que tiene la piel amarronada aunque sin brillo. Camina a pasitos cortos con las dos piernas muy juntas y, como todo en ella, tiene los pies pequeños y blandos. Mueve los brazos con parsimonia al abrir las ventanas de par en par cada mañana; con cautela, estira el cuello y asoma la cabeza que suele llevar escondida entre los hombros. Los labios finos, los ojos entrecerrados y la nariz como un poroto que intenta abrirse para capturar los perfumes de las mañanas frescas del ecuador del planeta. Sin un estremecimiento visible ni dejar una huella en el entorno, Soledad se deleita a bocanadas como quien se sumerge en la luz lechosa del mediodía. Hoy es un día más en su casa, que habitan tres niños, todos varones, un padre y dos abuelos, el materno y el paterno. Las gallinas en el corral, los pollos también, y la cacatúa, en el salón, junto a la silla de mimbre que los dos abuelos se disputan cuando el padre, su verdadero dueño, se marcha a