Me despedí de la fiesta sin demasiada convicción, anhelando verte, queriendo no encontrarte. Tu entrada me cerró la salida y escapé por las habitaciones adentrándome en vidas ajenas en sesiones de pocos minutos.
Finalmente, nos saludamos, nos miramos extrañados, nos huimos; volvimos a observarnos, de lejos, de frente; nos acercamos; nos mentimos. Poco a poco, nos reconocimos, nos herimos y, sin remedio, buscamos un refugio donde perder la sensatez caminando por el borde de nuestras vidas.
Aprendí que el paso arrollador de los años te había hecho valiente, o quizás era la desesperación de un presente sin entusiasmo ni amor. Sentí que tu corazón seguía estando entre mis fauces, y que viajó metido en una maleta que nunca abrí. Un viaje sin respiración para una doncella herida de muerte por mi indecisión.
Te exigí todo sabiendo que no lo soportarías.
Y, sin embargo, contestaste: “Vamos”.
¡¿Vamos adónde?!, quise preguntarte. ¿A qué presente quieres que te transporte si soy un fantasma que vagabundea por el mundo? Eras mi doncella frágil: ¿de dónde sacaste tanta fortaleza?
No tengo vida que ofrecerte, apenas el eco del sentimiento de haberte querido tanto. ¿Cómo esperas poder sobrevivir en la nada que he hecho mi hogar?
Quédate con el gringo de sonrisa que lo borra todo, con tus mellizas y con tu desorden en el corazón.
Le volveré a mentir a mi alma diciéndome que, por una vez, antepuse tu bienestar a mi deseo de tenerte.
En realidad, y solo lo pensaré esta única vez, no soporto tu amor directo ni romper el espejismo en que me reflejo materializando una vida a tu lado.
Te volveré a dejar para siempre. Soltaré tu mano y te quedarás en la orilla mientras navego en otra dirección.
Peor para ti.
ResponderEliminarSí, yo también pensé que lo mejor que le había pasado a esa chica era que él se fuera de una vez por todas.
ResponderEliminarGracias por acercarte a mi blog, María Jesús.