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La hora

Llamó a la puerta sabiendo que no era bienvenida. Se arregló la túnica y esperó.

Le abrió un hombre de unos cuarenta años, moreno y ojeroso, que, con una amplia sonrisa, le dijo: "Pase, pase; la estaba esperando".

Inclinó la guadaña para poder entrar. Siguió al hombre que no paraba de mirarla con regocijo y se sentó en el sillón.

–Dígame –comenzó él–, ¿cómo va a ser?

–¿El qué? –preguntó ella.

–Había pensado en tomarme este frasco de pastillas con una botella de ron –dijo señalando la mesita baja que se interponía entre los dos–. Dicen que nunca falla, pero si usted cree que es más conveniente otro método, le escucho...

La visita lo escudriñó de arriba abajo durante varios minutos que el anfitrión sonorizó con el taconeo del zapato en el suelo. Observó cómo se pasaba la mano por el pelo y cómo se llevaba las manos a las rodillas. Justo cuando él abrió la boca para hablar, la recién llegada dijo:

–No vengo a por usted –silabeó mientras su oyente se quedaba con la boca abierta–. Sólo vengo a darle un mensaje.

–Pero estoy preparado... –balbuceó el infeliz.

–Sí, bueno –dijo mientras se acomodaba los pliegues de la túnica–. Hemos cambiado de gobierno en el Reino de los Muertos y se impone un espíritu, ¿cómo lo llamaría?, digamos que renovador. No aceptamos a muertos que no hayan dejado todos sus asuntos resueltos. Los muertos insatisfechos salen caros; sólo piensan en volver a la tierra y decir a sus seres queridos que se arrepienten de lo que hicieron, o del poco tiempo que pasaron juntos, u otras cosas por el estilo. La muerte fue creada para ser la culminación de la vida en la Tierra. Las almas bajan a la Tierra a aprender lo que les falta. Después de eso, pasan al Reino de los Muertos, donde evaluamos si aprendieron la lección y si pueden pasar al siguiente nivel de evolución espiritual. Últimamente, la mayoría de los muertos deben volver a la Tierra porque no aprendieron su lección personal. Es un gasto administrativo importante.

–Ya –dijo el suicida por decir algo, sin sonrisa pero con los ojos como platos.

–Vengo a decirle que no vendré a buscarle hasta que resuelva todos los asuntos que tiene pendientes –sentenció el verdugo.

–Pero... –masculló sin esperanzas. Una retahíla de imágenes se le agolpó en la cabeza: frases inconclusas, palabras como dardos, discusiones absurdas, salidas por la tangente y mucho desconcierto en miradas ajenas. Se le revolvieron vísceras y sentimientos a punto de estallar, lágrimas contenidas, risas sin sentido–. Pero ¿si me tomo las pastillas y el ron no me muero?

–Su hermana tocará el timbre y, al recordar la conversación que mantuvieron ayer y ver que no contesta, entrará en pánico y los bomberos tirarán la puerta abajo. Antes de media hora, le habrán lavado el estómago en el hospital más cercano.

–Ya veo –balbuceó.

La túnica se levantó del sillón agarrada a la guadaña y, mientras se dirigía a la puerta, dijo sin mirar atrás: "Está usted atrapado en esta vida. No sea cobarde y viva".

Comentarios

  1. Es inútil, tú no eliges el día de la cita con la muerte, es ella quien lo decide todo. Lo has contado de una manera muy visual, didáctica y estremecedora.
    Me alegra volver a leerte, se te echaba de menos.
    Un abrazo.

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  2. Estoy de acuerdo con Mercedes, muy visual y estremecedora. Y realmente es así, ella es la que elige el momento.

    Besitos

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  3. Yo había escrito un comentario aquí pero nunca apareció... Decía que me alegra volver a veros por "mi casa". Un abrazo.

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