Un día tras otro, un paso tras otro, un segundo tras otro, una respiración tras otra.
Esta era para Ana la única forma de vida posible. No concebía las simultaneidades, las intersecciones ni las conjunciones. Todas sus vivencias estaban ordenadas en fila india; todos los recuerdos pertenecían a una serie que podía recorrerse de atrás adelante o de adelante atrás, pero siempre de forma sucesiva.
Se encontraba a gusto en la cola del supermercado o en la butaca del cine: todos juntos pero no revueltos. Le gustaban especialmente los cines antiguos en los que aún se leía un número en la parte posterior de los asientos.
Disfrutaba viendo la disposición de los libros en una biblioteca. Cuando iba a la piscina cada martes por la tarde, se extasiaba sintiendo cómo los brazos y las piernas se movían de forma alternada, uno detrás de otro.
Por eso, la noche que soñó con los dos a la vez se despertó con una sensación de ahogo en la garganta y un sudor frío que le erizaba el vello del cuerpo. Tuvo que admitir que amaba a los dos y que en sus ensoñaciones no solo aparecían los dos al mismo tiempo, sino que besaba a los dos a la vez, abrazaba a los dos a la vez, se dejaba acariciar por las cuatro manos de forma simultánea.
No podía ser, pensó mientras se abrazaba la espalda; es cierto que siempre los había visto juntos, pero siempre le pareció que estaban uno al lado del otro. ¿Cómo podía ser que ahora sintiera que los dos eran un dúo simultáneo, presente en el mismo instante ocupando el mismo espacio?
¿Cómo había llegado a soñar que los tres -los dos gemelos y ella- se confundían en un conglomerado de brazos, piernas y sexos que ni ella misma podía desagrupar?
Cuando por fin se calmó, se apartó el flequillo de los ojos y miró a su alrededor.
La cama se había convertido en una simbiosis de sábanas, carne, jugos, almohadones, sugerencias y ropas deshilachadas.
Toda esa simultaneidad de objetos en el colchón y de sensaciones que aún palpitaban en el cuerpo le produjo vértigo.
Aún no se atrevía a asegurarlo, pero juraría que dentro de todo ese agregado que violentaba su alma veía dos traseros de iguales proporciones que no le pertenecían a ella.
Esta era para Ana la única forma de vida posible. No concebía las simultaneidades, las intersecciones ni las conjunciones. Todas sus vivencias estaban ordenadas en fila india; todos los recuerdos pertenecían a una serie que podía recorrerse de atrás adelante o de adelante atrás, pero siempre de forma sucesiva.
Se encontraba a gusto en la cola del supermercado o en la butaca del cine: todos juntos pero no revueltos. Le gustaban especialmente los cines antiguos en los que aún se leía un número en la parte posterior de los asientos.
Disfrutaba viendo la disposición de los libros en una biblioteca. Cuando iba a la piscina cada martes por la tarde, se extasiaba sintiendo cómo los brazos y las piernas se movían de forma alternada, uno detrás de otro.
Por eso, la noche que soñó con los dos a la vez se despertó con una sensación de ahogo en la garganta y un sudor frío que le erizaba el vello del cuerpo. Tuvo que admitir que amaba a los dos y que en sus ensoñaciones no solo aparecían los dos al mismo tiempo, sino que besaba a los dos a la vez, abrazaba a los dos a la vez, se dejaba acariciar por las cuatro manos de forma simultánea.
No podía ser, pensó mientras se abrazaba la espalda; es cierto que siempre los había visto juntos, pero siempre le pareció que estaban uno al lado del otro. ¿Cómo podía ser que ahora sintiera que los dos eran un dúo simultáneo, presente en el mismo instante ocupando el mismo espacio?
¿Cómo había llegado a soñar que los tres -los dos gemelos y ella- se confundían en un conglomerado de brazos, piernas y sexos que ni ella misma podía desagrupar?
Cuando por fin se calmó, se apartó el flequillo de los ojos y miró a su alrededor.
La cama se había convertido en una simbiosis de sábanas, carne, jugos, almohadones, sugerencias y ropas deshilachadas.
Toda esa simultaneidad de objetos en el colchón y de sensaciones que aún palpitaban en el cuerpo le produjo vértigo.
Aún no se atrevía a asegurarlo, pero juraría que dentro de todo ese agregado que violentaba su alma veía dos traseros de iguales proporciones que no le pertenecían a ella.
Complicado el asunto, gemelos... Pero... ¿porqué no?
ResponderEliminarMe quedo pensando.
Besitos
Está claro, Ana es muy ordenada sin embargo le molaría montárselo con dos, estilo cama redonda, pero eso sí, con dos iguales..., disciplina de nuevo.
ResponderEliminarPues no se me había ocurrido pensarlo así, Rafa, pero está claro que hay ansia de tenerlo todo controlado.
ResponderEliminarLeer los comentarios me gusta casi casi tanto como escribir, casi.