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Mostrando entradas de febrero, 2011

En otra región

En algún lugar de una región lejana, la especie se perpetuaba de la misma forma en que lo hace aquí. Las mujeres se embarazaban y, a los nueve meses, nacía un retoño, que hacía las delicias de sus progenitores hasta que el padre comenzaba a sentirse desplazado en el corazón de su mujer. Y comenzaban las peleas. Por extraño que parezca, y al tratarse de un pueblo poco numeroso, un día los hombres decidieron unirse y acudir al Tribunal Supremo de Justicia para que éste dictaminase cómo se podía solucionar el escollo aparentemente insalvable de las discusiones conyugales al tener hijos. Sólo un anciano, que aún caminaba con vaqueros, se quedó fuera de la sala del Juzgado, sentado en un banco de piedra con un papelito en la mano y la mirada un tanto perdida en el sol que se ponía. El juicio duró días y semanas, y se solicitó la comparecencia de psicólogos, médicos, enfermeras y hasta filósofos, con el fin de determinar una solución que sirviese para el bienestar futuro de toda la com

Noche

Reposar inquieta en la cama alumbrada tan sólo por la oscuridad de una noche tan desolada como la anterior. Yacer con un zumbido permanente de pensamientos indeseados rondando la respiración. Intentar mecerse con las risas y conversaciones de una familia desenfadada al otro lado del tabique. Cuando no se puede anhelar un amor que no se conoce, una infancia que no se tuvo, unas caricias que nunca me rozaron. Cuando las risas son entre otros, las miradas radiantes son entre otros y la dulzura transcurre en otros cuerpos. Cuando ya se han recorrido años suficientes como para que la responsabilidad recaiga sobre nadie más que mí. Cuando ya no queda nadie a quién reclamar ni se encuentra el sentido para pedirle a quien ni te dio ni ya te puede dar. Cuando no queda más opción que seguir arreando un dolor del que ya estás harta o poner un pie delante de otro y volver a caminar. ¿Qué me queda dentro después de tantas tormentas de arena en mi desierto? ¿Es la fortaleza sin p

Utopía

Si volviera a nacer, elegiría un lugar en el que las mujeres pudieran gritar al dar a luz sin temor a parecer grotescas, burdas o casi animales. Un lugar en el que cada vida nueva comenzara en medio de un ritual de cantos, danzas y catarsis compartidas. Si volviera a nacer, elegiría una tierra en el que las matronas, los médicos, las enfermeras, supieran medir el ritmo del bebé con la palma de la mano y observaran a la madre, en vez de a un monitor, para saber que ha llegado el momento de ayudarla a despojarse de una parte de sus entrañas. Si volviera a nacer, elegiría un pueblo en el que las madres se sintieran orgullosas de sus cuerpos cambiantes albergando una vida que las escogió para aprender a caminar. Si volviera a nacer, elegiría un mundo en el que los hombres no se sientan amenazados por un bebé indefenso y vulnerable. En el que la crianza se considerara una actividad esencial, sutil y permanente, que las mujeres ejercen y los hombres protegen. Si volviera a nacer, e

Presentación

Se me hace extraño ser la maestra de ceremonias de decenas, cientos, miles de palabras esperando su oportunidad de saltar al estrellato. Como bailarines o actores en un casting, las palabras -con el número identificativo colgado en el pecho- se esfuerzan por destacar entre la multitud con la esperanza de formar parte de algún elenco glorioso. Hay palabras que son elegidas continuamente, pero que no suelen pasar de un papel como extra; tal es el caso de la "a" o la "de". Otras palabras suelen quedarse en eternos papeles secundarios, como "manzana" o "marrón". Algunas de estas últimas llegan a tener la gran fortuna de ser elegidas ocasionalmente para un papel principal debido, principalmente, a sus resonancias poéticas: "lluvia" o "viento". Hay otras palabras, las eternas ganadoras, las estrellas que viajan con camerino propio, que siempre encuentran un papel protagonista en alguna historia escrita exclusivamente para que se

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