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Mostrando entradas de septiembre, 2011

La vida de los peces

Matías Bize (Chile-Francia, 2010) Me despedí de la fiesta sin demasiada convicción, anhelando verte, queriendo no encontrarte. Tu entrada me cerró la salida y escapé por las habitaciones adentrándome en vidas ajenas en sesiones de pocos minutos. Finalmente, nos saludamos, nos miramos extrañados, nos huimos; volvimos a observarnos, de lejos, de frente; nos acercamos; nos mentimos. Poco a poco, nos reconocimos, nos herimos y, sin remedio, buscamos un refugio donde perder la sensatez caminando por el borde de nuestras vidas. Aprendí que el paso arrollador de los años te había hecho valiente, o quizás era la desesperación de un presente sin entusiasmo ni amor. Sentí que tu corazón seguía estando entre mis fauces, y que viajó metido en una maleta que nunca abrí. Un viaje sin respiración para una doncella herida de muerte por mi indecisión. Te exigí todo sabiendo que no lo soportarías. Y, sin embargo, contestaste: “Vamos”. ¡¿Vamos adónde?!, quise preguntarte. ¿A qué presente qui

La hora

Llamó a la puerta sabiendo que no era bienvenida. Se arregló la túnica y esperó. Le abrió un hombre de unos cuarenta años, moreno y ojeroso, que, con una amplia sonrisa, le dijo: "Pase, pase; la estaba esperando". Inclinó la guadaña para poder entrar. Siguió al hombre que no paraba de mirarla con regocijo y se sentó en el sillón. –Dígame –comenzó él–, ¿cómo va a ser? –¿El qué? –preguntó ella. –Había pensado en tomarme este frasco de pastillas con una botella de ron –dijo señalando la mesita baja que se interponía entre los dos–. Dicen que nunca falla, pero si usted cree que es más conveniente otro método, le escucho... La visita lo escudriñó de arriba abajo durante varios minutos que el anfitrión sonorizó con el taconeo del zapato en el suelo. Observó cómo se pasaba la mano por el pelo y cómo se llevaba las manos a las rodillas. Justo cuando él abrió la boca para hablar, la recién llegada dijo: –No vengo a por usted –silabeó mientras su oyente se quedaba con la

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