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Mostrando entradas de noviembre, 2005

IV: Patagonia interminable

Por dónde podría empezar... Desde cualquier lado la Patagonia es interminable. Y mira que me avisaron. Pero hasta que no llegué y parecía que seguía llegando y, diez horas más tarde, seguía sin acabar de llegar... Hasta que no pasé varias noches de ómnibus en las que, hora tras hora, entre sueño y sueño, no veía más que una carretera infinitamente recta por la que apenas circulan unos pocos camiones, y a ambos lados, una eternidad de nada, absolutamente de nada: unos pocos matorrales que no pasan de la altura del tobillo, que de recios y sufridos tienen un tacto parecido al plástico duro; un horizonte inacabable de 360º; una planicie que te rodea y, mires adonde mires, esa sensación de que el planeta se acaba en el horizonte que está por llegar y nunca llega; y el ómnibus como un extraño ser que se desliza por ese paisaje de tierra, por ese cielo estrellado y oscuro aún más amplio que el horizonte, ese cielo más benigno que la aridez del suelo, que de noche te regala el nacimiento de

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