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Mostrando entradas de marzo, 2011

Nana de la viejta sonriente

En la puerta del ciber que se encuentra al 1600 de la avenida Pueyrredón, entre Beruti y Juncal, hay una ancianita con panties gruesos de color carne, vestido liviano y una chaqueta de punto gordo color rosa, sentada en una silla de playa. Cada mediodía, cuando emprende el regreso a la casa después de varias horas de pedir limosna, recoge la silla, abre la puerta del ciber oscuro, con olor a cigarrillo y música estridente, y, saludando a los adolescentes que cuidan el local, la aparca en un rincón justo al lado del mostrador. La viejita, llamémosla Rosita, trabaja sentada en su silla desde temprano y, a pesar de la edad ya olvidada, nos mira a los transeúntes con expresión de vernos y, al cabo de varios días, reconocernos. Nos mira pasar, con nuestras prisas, con nuestros bolsos repletos de cuadernos, papeles, maquillajes, perfumes y pañuelos, y sonríe directamente a nuestros ojos, como si supiera de nuestros pesares y quisiera aliviarnos. Al cabo de varias mañanas de pasar rauda a

Nana de Antoñito

Antoñito se despertó con los primeros rayos de sol que entraban por la ventana, muy preocupado porque ya andaba tarde para hacer todas las cosas que tenía pendientes antes de que llegara el mediodía. Por de pronto, tenia que bajar a asegurarse de que el coche del señor uniformado, el vecino al que algún que otro domingo acompañaba a ver un partido de fútbol a pesar de que a él mucho el deporte no le gustaba, seguía aparcado en el mismo lugar sin ningún rasguño ni faltante en el interior. Era una tarea delicada cuidar un coche así, mejor dicho, una 4 x 4, para ser más precisos. No era algo que todo el mundo pudiera o supiera hacer. Estaba claro que el señor le había encomendado esa tarea a Antoñito después de haberlo observado durante varios años y haberse dado cuenta de que no había nadie más en el barrio que pudiera dedicarle tanto mimo y sabiduría al cuidado de su coche. En esas cosas pensaba Antoñito mientras desayunaba, como cada mañana desde hacía cuarenta y tres años, leche e

Nana de la carrera ciega

Un día, un niño corría recto en una sola dirección. De repente, frente a él, apareció otra niña que venía corriendo justo en dirección contraria. Hasta que se encontraron y se detuvieron: - Se va por allí, –dijo el niño señalando frente a él. - No, no; –respondió ella.– Es hacia allá, –afirmó señalando en dirección contraria. Pasaron los días y no se pusieron de acuerdo. Pasaron las semanas y seguían sin ponerse de acuerdo. Los dos corrían en pos de la misma meta pero cada uno había elegido una dirección totalmente contraria a la del otro. Mientras pudieron, siguieron discutiendo. La discusión los mantenía unidos y ninguno realmente tenía ya tantas ganas de seguir corriendo. Pero pasaron los meses y se dieron cuenta de que deberían seguir corriendo en direcciones opuestas si querían mantenerse fieles a la imagen que tenían de sí mismos, aquélla que dejó de tener sentido justo en el mismo momento en que se conocieron. Sin saberlo, se habían estado buscando hasta encontrarse. A

Londres

Londres es un paraguas que se rompe con el viento, un vagón de metro en el que la muchedumbre cabecea en el hombro de alguien a quien no conoce y que nunca volverá a ver; no importa que cojan el mismo tren cada día a la misma hora. Tantos trajes que se bajan en la misma parada. El vapor en las ventanas del tren; los pasajeros dentro con el abrigo puesto, agarrados unos a otros, sosteniéndose sin querer tocarse. Las mismas noticias leídas por millones de personas como primer bocata informativo del día. Luego llegará tu jefa y te preguntará si has leído la noticia de las niñas siamesas que nacieron unidas por la cabeza: un éxito de la cirugía. Es lo único que compartes con ella: eso, el metro, las carreras por los subterráneos, los cabeceos, los cafés y la rutina diaria. Tal vez, también vaya a Hyde Park los domingos soleados. Pero si por casualidad coincidieras con ella, no la reconocerías en las playeras y los pantalones de deporte con los que se viste para dar varias vueltas al parque

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