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Mostrando entradas de junio, 2011

La noticia

Cerró de golpe la tapa del móvil. Alzó la mano para estrellarlo contra el suelo, pero pensó que lo necesitaba para comunicarse con el abogado y que no podría dormir si no conocía antes la resolución del juez. Dio una patada al suelo y lo guardó en el bolsillo del pantalón mientras aceleraba el paso. Había salido a dar un paseo por el camino que lleva a la era. No había nada que quisiera ver allí; los majuelos aún estaban verdes y faltaban varios meses antes de que llegara la vendimia. Pero le gustaba salir al campo al mediodía, abrir el apetito mientras sentía el peso del sol seco sobre el raído sombrero de paja. Dejaba la comida lista en los fogones y salía a mirar el horizonte azul, el mar de trigo, la sombra de la alameda. Oía trinos de varias clases, pero ella había nacido en la ciudad y no sabía reconocerlos. A pesar de ello, sonreía al escucharlos, se deleitaba con las melodías y tarareaba estribillos que acudían a su memoria. Deseó haber olvidado el móvil en casa, aunque tar

Viaje de vuelta

Ya en el umbral, mi hija y yo miramos por última vez el pasillo de entrada. Como es mi costumbre, levanté la mano para despedirme del espacio vacío antes de cerrar la puerta dejando la llave dentro. Mientras agitaba el brazo y le explicaba a mi hija la importancia de este gesto, recorrí con mi mente los últimos días vividos: el reencuentro con amigas de la infancia, los paseos por el Retiro, las conversaciones interminables tras el almuerzo, el paseo nocturno por la Plaza de Oriente acomapañadas por la ópera que retransmitían en el exterior del Teatro Real, la mano de Álvaro abrazando mi cintura. De repente, me acordé del tren y cerré la puerta. Llamé al taxi mientras me abalanzaba escaleras abajo con Lucía en la cadera sujeta con una tela al estilo bandolera. La pesada maleta me esperaba en el pasillo trasero escondida detrás de una mesa y una sillita de bebé. El taxi estaba en la entrada. De camino a la estación, Lucía se aferraba a mi pecho en silencio. Yo miraba por la ventanilla

Cosecha

Cuando desaparecieron los moretones en el ojo, me dijo: "Vuelve, amor; los pimientos que plantaste no tienen quien les riegue." Y yo volví para regarlos, para que mi vida tuviera algún sentido.

La bolsa

Al salir del colegio, mamá me estaba esperando en el mismo sitio que todos los días. Corrí hacia ella pero, antes de que se agachara para abrazarme y darme un beso, me puse en cuclillas y miré de cerca la bolsa de patatas que estaba bajo su pie. Mamá creyó que miraba sus zapatos, unas bonitas sandalias rojas que no había visto antes, pero en realidad estaba concentrada en la bolsa. Tenía papel de plata por dentro y un dibujo de una patata redonda, amarilla y sonriente, en la parte de afuera. Era la primera vez que la veía, y eso que a mí me gustan mucho las patatas fritas y me sé todas las marcas. Me acerqué porque vi que se movía, no como se mueven las bolsas y los papeles con el viento, además era junio y todas las hojas de los árboles estaban quietas. Se movía como se mueve mi gato cuando le piso la cola sin querer. Y es que mamá tenía el pie justo encima de la barriga de la bolsa: ¡le estaba cortando el aire! - ¡Mamá, quita el pie de la bolsa! ¡Quítalo! - Pero, cariño, es una

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