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Mostrando entradas de abril, 2012

Svetta Moshtar (4)

Lo más llamativo de Bruno es la combinación de altura y delgadez extremas. Visto desde la perspectiva de una niña de un metro veinte, viene a ser algo así como un gigante enjuto ataviado con unos largos pantalones a cuadros, anchos y rotos, y una camisa descolorida que, no importa la talla, siempre le quedará grande. Ante la mirada mitad ausente y mitad rabiosa de la niña, Bruno se preguntó si quizás había cambiado tanto; si la barba de varias semanas o el pelo largo impedirían reconocerlo; si el polvo gris de las ciudades bombardeadas se habría incrustado tanto en las arrugas de la cara y las uñas como para haberlo convertido en otro rostro. La niña, de hecho, no lo reconoció. La luz del sol, que se levantaba justo por detrás del recién llegado, le impedía ver algo más que una sombra larga y arrugada sosteniendo una bicicleta entre las manos. Si Bruno hubiera tenido el tamaño de una persona común, lo hubiera increpado con desprecio, pero la extravagancia de la silueta le provocó u

Svetta Moshtar (3)

Svetta, la nena desprotegida que mantuvo la esperanza durante largos días de incertidumbre y extrañeza, se derrumbó. Se sentó entre los ladrillos, acercó las rodillas al pecho, hundió la cabeza entre las piernas y se abrazó a la soledad que la acompañaba. Sollozó durante horas, lentamente, con una cadencia desconcertante que albergaba la belleza de la tristeza pura, del perder todo sin saber muy bien qué es ese todo, sin que la corta edad y la inocencia la dejaran comprender el desarraigo, el abandono o la vulnerabilidad a la que estaba expuesta. Aún en medio de la desolación total, era una imagen dolorosa. Bruno, el panadero, escuchó los sollozos al pasar por la calle. Era común oír llantos solitarios en medio de las piedras, pero este sonido le atrajo de una forma especial. Antes de escalar los escombros con la bicicleta al hombro, miró a ambos lados de la calle, se esforzó por recordar y reconoció la casa derruida a la que estaba entrando. Era la casa de los Moshtar: un padre que

Le père de mes enfants (El padre de mis hijos)

Mia Hansen-Love (Francia-Alemania, 2009) Le père de mes enfants es una película narrada como si no quiere la cosa. Es decir, todo sucede con una naturalidad abrumadora, con un aparente desenfado y superficialidad que parece no decirnos nada nuevo o, al menos, nada interesante. Podría ser una película llena de tópicos insoportables: hombre empresario con éxito que vive atado a varios móviles y está al cargo de todo y todos; marido que ama a su mujer, que a su vez lo adora y admira, y padre de tres hermosas y alegres hijas a las que prodiga besos, abrazos y juegos los pocos momentos que no tiene un teléfono pegado al oído. ¿Dónde está el drama?, nos preguntamos. Todo sucede con ligereza. La cámara se desplaza sin cesar siguiendo el movimiento constante del protagonista. París es una ciudad en movimiento. Grégoire, el empresario-marido-padre, entra a la oficina, sale, saluda, llama, responde, lee, viaja, besa, negocia, ríe, juega, piensa,... sumido en un continuo devenir que

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