Mia Hansen-Love (Francia-Alemania, 2009)
Le père de mes enfants es una película narrada como si no quiere la cosa. Es decir, todo sucede con una naturalidad abrumadora, con un aparente desenfado y superficialidad que parece no decirnos nada nuevo o, al menos, nada interesante. Podría ser una película llena de tópicos insoportables: hombre empresario con éxito que vive atado a varios móviles y está al cargo de todo y todos; marido que ama a su mujer, que a su vez lo adora y admira, y padre de tres hermosas y alegres hijas a las que prodiga besos, abrazos y juegos los pocos momentos que no tiene un teléfono pegado al oído. ¿Dónde está el drama?, nos preguntamos.
Todo sucede con ligereza. La cámara se desplaza sin cesar siguiendo el movimiento constante del protagonista. París es una ciudad en movimiento. Grégoire, el empresario-marido-padre, entra a la oficina, sale, saluda, llama, responde, lee, viaja, besa, negocia, ríe, juega, piensa,... sumido en un continuo devenir que en realidad tiene un propósito muy definido: seguir produciendo películas, esas películas que nadie quiere o en las que nadie cree. Nos enteramos de que Grégoire ama el cine por debajo de su traje de empresario, que lucha por sacar adelante a guionistas desconocidos y directores extravagantes. Es un hombre resolutivo y apasionado, orgulloso de llevar adelante su sueño.
Pero, a medida que avanza la película, nos vamos enterando de que Grégoire en realidad arrastra veinte años de acumular deudas y la empresa está a punto de entrar en quiebra. Él sigue adelante con todo y con todos: negocia, propone, escucha, se esconde,... y, al final, al final...
Hay un primer final inesperado que nos deja conmocionados. Ocurre como todo en esta película: de una forma natural, con ligereza, casi como si no hubiera pasado nada.
Aquí es donde muchos directores sacarían a relucir todo el drama y se regodearían en escenas lastimosas y sensibleras. Sin embargo, Mia Hansen-Love retrata el dolor con una verdad y, a la vez, una entereza que nos deja pasmados. Muestra lo justo, lo necesario para hacernos sentir lo que está pasando en la pantalla sin olvidar que la vida sigue un ritmo trepidante y hay que continuar.
A partir de esa desgracia, la película toma otro cariz, que resulta ser igual de interesante que el de la primera parte. Acompañamos a otros personajes; a nadie se le regala nada, pero hay momentos de extrema belleza y liviandad en este mundo si no nos dejamos embargar por la sensiblería y la autocompasión. Si en vez de preguntarnos paralizados «¿por qué a mí?», nos dedicamos sencillamente a vivir lo que sea que tenga que llegar, descubriremos un amplio mundo de sensaciones y fortalezas.
Contrariamente a mi costumbre, no voy a contar cuál es ese primer final inesperado porque a mí me tocó de una manera muy especial. Vedla si quieres conocer una dimensión de la vida que corre justo por debajo del tráfico y la superficie.
Pero, a medida que avanza la película, nos vamos enterando de que Grégoire en realidad arrastra veinte años de acumular deudas y la empresa está a punto de entrar en quiebra. Él sigue adelante con todo y con todos: negocia, propone, escucha, se esconde,... y, al final, al final...
Hay un primer final inesperado que nos deja conmocionados. Ocurre como todo en esta película: de una forma natural, con ligereza, casi como si no hubiera pasado nada.
Aquí es donde muchos directores sacarían a relucir todo el drama y se regodearían en escenas lastimosas y sensibleras. Sin embargo, Mia Hansen-Love retrata el dolor con una verdad y, a la vez, una entereza que nos deja pasmados. Muestra lo justo, lo necesario para hacernos sentir lo que está pasando en la pantalla sin olvidar que la vida sigue un ritmo trepidante y hay que continuar.
A partir de esa desgracia, la película toma otro cariz, que resulta ser igual de interesante que el de la primera parte. Acompañamos a otros personajes; a nadie se le regala nada, pero hay momentos de extrema belleza y liviandad en este mundo si no nos dejamos embargar por la sensiblería y la autocompasión. Si en vez de preguntarnos paralizados «¿por qué a mí?», nos dedicamos sencillamente a vivir lo que sea que tenga que llegar, descubriremos un amplio mundo de sensaciones y fortalezas.
Contrariamente a mi costumbre, no voy a contar cuál es ese primer final inesperado porque a mí me tocó de una manera muy especial. Vedla si quieres conocer una dimensión de la vida que corre justo por debajo del tráfico y la superficie.
Me has dejado lo bastante intrigada como para intentar buscarla y verla.
ResponderEliminarBesitos