Cerró de golpe la tapa del móvil. Alzó la mano para estrellarlo contra el suelo, pero pensó que lo necesitaba para comunicarse con el abogado y que no podría dormir si no conocía antes la resolución del juez. Dio una patada al suelo y lo guardó en el bolsillo del pantalón mientras aceleraba el paso. Había salido a dar un paseo por el camino que lleva a la era. No había nada que quisiera ver allí; los majuelos aún estaban verdes y faltaban varios meses antes de que llegara la vendimia. Pero le gustaba salir al campo al mediodía, abrir el apetito mientras sentía el peso del sol seco sobre el raído sombrero de paja. Dejaba la comida lista en los fogones y salía a mirar el horizonte azul, el mar de trigo, la sombra de la alameda. Oía trinos de varias clases, pero ella había nacido en la ciudad y no sabía reconocerlos. A pesar de ello, sonreía al escucharlos, se deleitaba con las melodías y tarareaba estribillos que acudían a su memoria. Deseó haber olvidado el móvil en casa, aunque tar...
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