Ese chaval que pasó le robó la pulsera de plata que él le regaló durante su viaje a Marruecos, sus primeras vacaciones juntas. Desde entonces, no se la había quitado nunca, combinara o no con la ropa que llevaba. La tocaba repetidamente a lo largo del día, ya estuviera en la cola del supermercado o repasando sus versos antes de salir a escena. Se decía a sí misma, y a quien le preguntara, que era un amuleto que la protegía de la tristeza y de la soledad cuando él no estaba. Salió corriendo detrás del ladronzuelo, pero no llegó ni a doblar la esquina. La falta de ejercicio la hacía resollar con fuerza. Se preguntó cómo haría a partir de entonces para sobrellevar los momentos en que él se ausentaba. Sin darse cuenta, al cabo de unos días, olvidó la pulsera. Fue entonces que él la llamó para anunciar su vuelta. Pero ella se sintió extraña al oír su voz al teléfono y le resultó embarazoso que la prodigara tantas muestras de cariño. Hacía varios días que se sentía feliz, despreocupada y...
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